La belleza real no es tan atractiva – Relato.
No sé qué hago aquí. Bueno, sí que lo sé: he venido a la playa por ella, sólo por ella. Mírala, apenas puedo hacerlo de la emoción que siento al estar a su lado. Qué ojos, casi parece que me atraviesen como a un pedazo de…
-¿Qué piensas? –me pregunta. ¿Y yo qué respondo?-.
-Pienso –hazlo, hazlo-… En que no me he traído crema para el sol.
-No te preocupes –echa un vistazo a su amiga, sentada junto a ella en este grupo de cuatro asientos enfrentados, y me da la impresión de que le guiña un ojo justo en el momento en el yo que aparto la mirada-. Puedo dejarte la mía.
Sonríe, ha aguantado esa sonrisa hasta que he vuelto a mirarla. ¿Va a dejarme su bronceador? No puede ser, esto es un sueño. No sólo la veré en bikini sino que puede que, también… No, es imposible que me pida ayuda para untarse la crema.
-¿Y por qué no has traído tú a algún amigo? –pregunta la chica de la discordia-. Será un poco aburrido si sólo somos tres.
-Es un lunes por la mañana, todos estaban ocupados.
Mentira, una simple excusa para que ninguno se entrometiese. ¿Quién no querría venir con nosotros si se enterase de que acompaño a Sandra y a Alicia, las dos chicas más guapas de todo el instituto? Por mí que se queden con Alicia, pero con Sandra…
-No seas tonta –comenta esta última en voz alta. Su tono es marcado, como si quisiera enfatizar las palabras-. Con Marcos es imposible aburrirse.
-Eso espero.
Decido no prestar atención al tono jocoso de Alicia, no va a quitarme la felicidad por mucho que se entrometa. Además, seguro que encuentra a algún tío, es tan sociable que acabará con media playa a sus pies. Mira, ya hemos llegado a Vilanova. ¿Qué distancia habrá hasta donde vamos?
-Venga, tenemos un cuarto de hora de camino –dice Sandra leyéndome el pensamiento mientras se levanta y recoge los bártulos del portaequipajes-. Y a las once de la mañana el sol pega fuerte.
Y tanto que pega, hemos llegado a la playa tan sudando que parece que me haya puesto la ropa justo después de salir del agua. El agua… Hacía años que no venía al mar, no me acordaba de lo mucho que me gusta. Y parece bastante grande esta playa. Ni tiene mucha gente, está limpia, arena fina, se ve poco profunda…
-¡La última hace topless!
El grito de Alicia me ha cogido de improviso, igual que a Sandra, que contempla como su amiga se aleja en pos del borde de la arena sin que sus músculos tengan intención alguna de moverse. De repente reacciona, coge con firmeza su bolso veraniego y arranca en un sprint más propio de una carrera de fondo que de una playa, sin que aquel esfuerzo le suponga una victoria. Cuando las alcanzo ya han extendido las toallas alisando, con mimo el terreno bajo la tela.
-Has llegado el último – me sonríe Sandra-. Te toca hacer topless.
-Sabes de sobra que a él no le importa –replica su amiga Alicia-. Tú has llegado la última, te toca a ti.
-Parecéis un par de niñas –recrimino fingiendo. Que se lo tome en serio, que se lo tome en serio-. ¿Qué más da quién haya llegado el último?
-Yo me tomo muy en serio todas las apuestas.
Sandra pisa por última vez en una de las esquinas de la toalla, se quita los pantalones cortos dejando al aire la parte baja del bikini, se libera de la camiseta despejando la parte superior y avanza hacia mí enarbolando una sonrisa tan pícara que me descoloca.
-¿Me ayudas a quitármelo? Sólo tienes que tirar del cordón.
No puede ser, he escuchado mal. No, me está dando la espalda. Y se recoge el pelo mostrándome la nuca desnuda. Y espera. Y espera…
-Va, ayúdame. Sólo tienes que estirar.
Obedezco. El cordón se desliza con suavidad, como si estuviera deseando que deshiciera el nudo, estiro de un cabo, del otro, y mis manos desaparecen bajo el pelo de Sandra, que deja de sujetárselo para evitar que la parte superior del bikini caiga al suelo. Se gira y aprovecha que está enfrente de mí para desnudar sus pechos, desnudándome también cualquier capacidad para emitir sonidos o realizar movimientos.
-¿Ves? Ha sido fácil –a mis ojos no les afecta la parálisis, se mueven mejor de lo que mi vergüenza toleraría-. ¿Vienes al agua? No muerdo.
El resto de la mañana transcurrió tranquila, dentro de lo que cabe. Pude acostumbrarme a la visión pectoral, a jugar con Sandra dentro del agua sin que mi habilidad para evitar zonas sensibles enturbiara el juego, incluso entablé una amigable relación con Alicia, vestida con el bikini al completo durante la primera media hora, acabando también sin la parte superior ya que, según ella, “no quería desentonar con su amiga”. A decir verdad, no desentonaba con el resto de chicas. Sí, nunca pensé que vería esto, ni en el mejor de mis sueños. Y mira que los he tenido calientes, en los que la protagonista ha sido siempre la misma. Pero, siendo sinceros, algo falla. Ahora que puedo fijarme sin temor a que me descubra, ahora que se ha tumbado y parece dormida, creo que me siento algo decepcionado: la belleza real no es tan atractiva como cuando aparece en tus sueños. O en las fotografías. Es la primera chica a la que veo casi desnuda y me da la impresión de que no es tan guapa como debería, parece que no cuadren mis expectativas con la realidad. Los pechos son bonitos, sí, pero tienen una forma que desconozco. La postura también debe de influir, estar tumbada no es lo mismo que verla de pie, seguro que es la causa de que me decepcione.
-¿Qué piensas?
Me ha descubierto mirándola, aunque no parece molesta, sonríe. Se incorpora, sosteniéndose con las palmas de las manos, y me observa con la misma curiosidad con que lo hacía yo, adquiriendo una perspectiva que cuadra perfectamente en mis ensoñaciones. Gira la cabeza y comprueba que Alicia no se encuentra en su toalla.
-Se ha ido al agua –informo yo apartando la vista para fijarla en el mar-: Hace un cuarto de hora más o menos.
-Mejor –vuelve a tumbarse, voltea el cuerpo colocándose cabeza abajo y busca a tientas en su bolso el espray de bronceador-. Ahora que ella no está podrías aprovechar para ponérmelo tú. Y puedo hacer lo mismo yo contigo.
Pensaba que las emociones del día no podían ir a más, pero ya veo que estaba equivocado. En fin, poco queda ya de mi vergüenza, y lo que quede será mejor que desaparezca cuanto antes, ahora no la necesito. Me arrodillo junto a su costado derecho, me vierto sobre la mano una generosa cantidad de bronceador y se lo aplico a la chica de mis sueños aparentando una distancia que no tengo y, seguramente, tampoco cumplo.
-¿Crees que soy guapa?
Procuro no pensar en la pregunta, claro que es guapa. Sí, mucho más que eso. Quizá la belleza real no sea tan atractiva pero, por suerte, el amor ya se encarga de suplir esa desigualdad.
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