El sabor de la amistad – Relato.
-Hola – saludó nervioso el recién llegado. Las multitudes no eran lo suyo-. ¿Sois vosotros los del grupo de amistad?
-Nosotros somos -respondió uno de ellos sonriendo abiertamente, parecía el anfitrión-. ¿Eres el nuevo? -este asintió -. Ponte cómodo, con nosotros estás entre amigos.
-Eso, eso -susurró uno de los integrantes del grupo que permanecía más alejado-. Que se ponga cómodo.
El nuevo tomó asiento como uno más en el único sitio que permanecía vacío, en el centro de la mesa y pegado a la pared, mientras sus nervios le comían por dentro anticipándose al primer plato. No era su costumbre trasgredir la extrema timidez que le caracterizaba, pero sabía que sólo enfrentándose a ella conseguiría dejar atrás su aversión a conocer gente nueva. ¿Había una mejor forma? Un anuncio en el periódico de un grupo que buscaba nuevos amigos, gente que aseguraba ser considerada y buena anfitriona con los recién llegados y que integraban semanalmente una cena de bienvenida a un nuevo socio: aquella era la noche.
-Relájate -le dijo su compañero de mesa dándole una palmada en la espalda. El nuevo se giró, sonriendo lo más relajadamente que pudo-. Parece que estás nervioso.
-Es que soy muy tímido -se excusó agachando la cabeza-. Me cuesta hacer amigos.
-No te preocupes -le tranquilizó otro, aquel que le había dado la bienvenida. El resto coreó un murmullo en señal de aprobación-. Aquí somos como de la familia.
-Sí –el nuevo quiso decir algo simpático y consiguió sacar las palabras que buscaba, arrancándoselas a su introversión-. Ya me imagino que aquí no os coméis a nadie.
El grupo estalló en carcajadas, de aquellas sinceras que sólo se pueden contener con esfuerzo. El nuevo había resultado más que simpático, realmente gracioso.
…
-Ja, ja -reía el anfitrión mientras se chupaba los dedos tras la opípara cena-. Al final nos hemos divertido y todo.
-Que no nos comemos a nadie -dijo otro con sorna mientras cogía un pedazo de carne-. Alguien debería de haberle enseñado que por la noche no se come, se cena.
-Eso -clamó un tercero golpeando la mesa-. Cada vez son menos inteligentes.
-Dejad de quejaros y pasadme un trozo de muslo –retó el anfitrión-. ¿O acaso pensáis que vais a criar lo que os coméis?
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