Perdiendo la esencia – Relato
El metro hizo acto de presencia en la estación de Plaça Catalunya removiendo pelo y ánimos de quienes aguardaban a subirse en él para transportarse a sus inmediatos destinos. Aunque había quienes carecían de destino predefinido, como Salvador, que se mantuvo en su nube incluso cuando el resto se peleaba por adquirir un asiento libre. Salvador hizo un rápido inventario de todas las tarjetas que atesoraba mientras se sostenía aguantando el equilibrio, avanzando posteriormente por el pasillo del tren para observar con atención a cada personaje de la peculiar función cotidiana. Unos estaban ausentes, otros conversaban y unos pocos, inmersos en el pozo de sus propios problemas, se escondían tras el gesto triste de quien no puede poner otra cara.
Laia arrastraba los pies por el suelo del andén como un antiguo preso que se hubiera escapado conservando la bola anclada al tobillo, dejando que los pasos condujeran su desgracia hasta el interior del metro, recién llegado a la estación. Las entrevistas frustradas de trabajo sumaban tanto peso en el extremo del balancín de su vida que ya ni hacía pie para levantarlas, careciendo de ánimos incluso para agarrarse a las barras del vagón. Aunque no tuvo que hacerlo, el único asiento libre atrajo sus penas hasta sentarlas, siendo el primer golpe de una suerte que acabaría ganando el combate.
“Esta chica…”, pensó Salvador observando a Laia. “Está triste por algo”. Avanzó hasta ella resuelto e interrumpió sus cavilaciones alcanzándole una de las tarjetas, habiendo seleccionado minuciosamente el mensaje como el hábil jugador de póquer que se conoce al dedillo el número y posición de todos los naipes. Laia alzó la mirada fijándola en Salvador y en la tarjeta, por ese orden, prestando a ambos la misma falta de interés.
-Es para ti -insistió Salvador agitando la tarjeta-. Quédatela, te hará falta.
-No tengo dinero.
-Ni lo quiero. Mi labor es desinteresada, no pido ni la voluntad.
Tras agarrar sin temple la tarjeta, Laia la sostuvo mientras Salvador proseguía su camino pasillo adelante, dejándola con tantas preguntas que iba a necesitar mucho entusiasmo para, siquiera, planteárselas. Pero no tardó en sentir la presencia de ese entusiasmo, abandonando el fondo del pozo gracias a la mano que tendía el mensaje.
Si no pones pasión
en aquello que buscas
acabarás perdiendo
tu propia esencia.
¿Era factible que alguien conociese el mal momento que vivía? Claro que no, y menos un desconocido. Pero la nota no dejaba lugar a dudas, sumando certezas con cada lectura, despertando ánimos conforme los versos bailaban en su cabeza, reviviendo intereses enterrados según asimilaba el mensaje como propio, hasta que Laia fue capaz de verse como quien se contempla del otro lado del espejo, decidida a recuperar su esencia a base de destilar nuevas metas. Empezando por devolver a Salvador el pequeño gesto hecho montaña, llegando más tarde a su casa con la mente puesta en la tarea. No lo tuvo fácil, pero consiguió encauzar el torrente de emociones hasta sólo cuatro líneas.
Giraste mi mundo
con pocas palabras
y espero que estas mías
nunca cambien tu vida.
Tras semanas de búsqueda, Laia localizó a Salvador en la misma línea de metro, alcanzándole su nota entre agradecimientos por parte de ambos. Salvador agregó la tarjeta a su colección particular sintiendo el deber cumplido, sabiendo que, en caso de perder el entusiasmo por la filantropía, tendría un nuevo arma con la que apoyarse para recuperar su esencia.
Esta historia participa en el concurso de relatos cortos de TMB.
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