¿Qué es la felicidad? ¿Y tú me lo preguntas?
¿Quién no se ha preguntado alguna vez qué es la felicidad? No hace falta que hayáis leído a Coelho o que os haya salido en una bolsa de patatas la típica experiencia en la que te regalan la primera terapia con un “coach”: cuestionarse si se es feliz forma parte del crecimiento personal al que todos nos enfrentamos cuando un problema se nos planta delante cuan portero de discoteca pidiéndonos el pase VIP. ¿Os habéis hecho la pregunta conforme habéis empezado a leer este texto? Siento deciros que sí: por mi culpa habéis dejado de ser felices.
Dejemos clara una cosa: la felicidad no es más que un concepto emocional inventado por los escritores de auto ayuda con la intención de que acabemos pensando que nuestra vida es una mierda; para después comprar sus libros y descubrir que no sólo era una mierda, también teníamos veinte euros más en la cartera. El caso es que la felicidad no se compra ni se vende; no se puede escribir sobre ella y pretender hacer felices a todos los que te lean; tampoco es moneda de cambio ni sirve para obtener ventajas sobre los demás. ¿Por qué? Porque es el unicornio de las emociones: existe sólo en nuestra imaginación. Y en la de los escritores de auto ayuda, coachers, vendedores de humo, conferenciantes de a mil euros la charla, tuitstars que inundan las redes sociales con aforismos de libro…
Suele ser más sencillo evadirse de los problemas que enfrentarse a ellos, acumulándose en nuestro subconsciente hasta que la carga se hace demasiado pesada como para acarrear con ella manteniendo la sonrisa. Y entonces surge la desesperanza, rompiendo la cáscara de seguridad que nosotros mismos debilitamos para imponer su tiranía como un velociraptor emocional. ¿En ese momento dejamos de ser felices? No, mucho antes. De hecho, tampoco podría calificarlo como felicidad, que ya os he dicho que no existe; más bien lo llamaría… satisfacción. Y dejamos de estar satisfechos cuando existe algo que se escapa a lo que nosotros entendemos como control.
Estar satisfecho emocionalmente es el eufemismo más práctico que he encontrado para la felicidad. De hecho, opino que el eufemismo iría en sentido contrario, pudiendo aplicar un paralelismo entre satisfacer el estómago y satisfacer la mente. La mente, sí: todo lo que suframos, con cualquier cosa que nos asustemos, nuestros temores más profundos… todo, absolutamente todo, nos lo inventamos para así poder darle de comer. Y como ocurre con el estómago, si la tentamos con pensamientos poco saludables la mente cederá a sus instintos bulímicos provocándose una indigestión. Para provocarse después tristeza, desánimo, desmotivación… Ese cóctel de emociones que desborda hasta las ilusiones más férreas.
La mayor parte de los problemas que nos puede arrojar la vida tienen menor importancia de la que les atribuimos, debiendo relativizarlos al máximo para así favorecer su metabolismo. No lo olvidéis: la mente se alimenta de todas nuestras experiencias, necesitando una dieta lo más variada y sencilla posible para que así funcione correctamente. Vamos, que no sólo las vivencias positivas nos alimentan, también aquellas que consideremos negativas. De hecho, estas últimas son las más nutritivas, por más que suelan parecer una putada.
¿Se puede buscar la felicidad si ésta no existe? Bueno, hay quien cree en la homeopatía o en que Hacienda somos todos, con estos dos ejemplos os lo dejo claro; aunque eso no significa que no se pueda buscar la manera de sentirnos satisfechos. Seguid con el empeño, ponedle esfuerzo a vuestro trabajo, mantened la ilusión en esos pequeños momentos que se acaban sucediendo a lo largo del día y alimentad de forma correcta vuestra mente: todo eso está en vuestras manos. La felicidad no.
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