Y si tal vez, quizá, posiblemente…
Siempre me sentí fascinado por aquellos que tenían tan clara su vida que eran capaces de escribírtela en la servilleta de un bar sin que aquellos garabatos en papel satinado dejasen de tener enjundia. Sí, soy ese tipo de personas que no sabe nunca lo que quiere, que jamás está a gusto con lo que le ocurre. Soy como la paloma que duda entre arriesgarse a comer las migas a escasos centímetros de los humanos o echar el vuelo asegurando su vida antes que su estómago. Ojalá hubiera sido alguien más seguro de sí mismo. Ojalá.
¿Qué habría pasado si en lugar de dudas hubiese tenido certezas? ¿Si desde niño hubiera sabido lo que quería antes de cometer el error más grave en el que caen todos los niños, crecer? Es difícil saberlo, pero creo que, simplemente, habría dado menos bandazos. No habría sido conformista y sí más exigente; empezando por tomar dos petit suisse en lugar de uno o decidiéndome a rematar mi lista de amores platónicos arriesgándome, como mínimo, a decirles un hola. Habría dicho sí sin titubeos más a menudo. Y no. De hecho, el no estaría instaurado en mis labios igual que la desconfianza en el corazón.
De haber sido más seguro de mí mismo habría comenzado a escribir más temprano. No hablo de escribir como simple manera de matar el tiempo o deleitar a los contados ojos dispuestos a leerme, me refiero a escribir con el deseo de construir mi futuro en la hoja en blanco, como quien construye su casa sin ser arquitecto y es capaz de vivir en ella con la certeza de que no se le caerá encima. Certezas y no dudas, esa es la clave. Habría sido más claro, sobre todo conmigo. Porque a estas alturas de la vida ya empiezo a notar que ella siempre habló con franqueza, incluso cuando amenazaba con hacerme sufrir el paso del tiempo.
Siendo sincero, y analizando con lupa mi evolución hasta este preciso momento, tampoco se me dio tan mal. Es cierto que sigo sin saber qué es lo que quiero, pero sí vislumbro cómo brota la seguridad entre el manto de acontecimientos por el que camino. Jamás pude decir te quiero a mis amores infantiles, pero sí se lo dije a la mujer que me acompañó hasta ser adulto. Sigo sin saber a qué dedicarme, pero me dedico a algo que me gusta. Aún no construí mi casa en una hoja en blanco. Esa casa literaria carece de paredes, de un techo bajo el que cobijarme cuando amenaza tormenta, no tiene muebles, ni siquiera un catálogo de Ikea con veinte nombres impronunciables subrayados para una futura compra. Mi casa literaria no se erige ni siquiera unos centímetros, pero tengo los cimientos bien asentados. Es un logro al que no le doy todo el mérito que se merece.
Tampoco yo me di mérito. Nunca. Otro error que me apunto en la lista.
Comentarios
2 comentarios
Mi casa literaria ya no existe, pero de vez en cuando aún paso por delante de la tuya.
Te encontré leyendo en los comentarios de mi antiguo blog.. dejé de escribir pero igual lo retomo 😉
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