El imbécil.

No pude transformarme en princesa por que el imbécil seguía mirando. Ni en príncipe. Ni siquiera vestirme de jeque árabe con uno de los disfraces que la agencia me había prestado para colarme en aquella estúpida recepción de autoridades. ¿Qué podía hacer? El guardaespaldas continuaba vigilándome de reojo por lo que me era imposible infiltrarme …

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