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Soledad y migas de pan.

-¿Qué es lo que haces?
El niño se acercó hasta donde estaba sentada la anciana y ésta, imperturbable, continuó alimentando a las palomas.
-¿Por qué les das de comer? –el niño se subió al banco sentándose junto a la mujer-. ¿Tienen hambre?
-Supongo que sí –la anciana giró la cabeza mirándole con calma. Su cara rechoncha apenas tenía arrugas y sus labios, con las comisuras arqueadas hacia abajo, hacían juego con las cejas formando una eterna mueca de tristeza-. No se lo he podido preguntar. Aunque me gustaría que hablasen.
-¿Por qué te gustaría que hablasen?
La primera intención de la anciana fue ignorar al pequeño. Pero, dado que hacía mucho tiempo que no hablaba con nadie, decidió seguirle la corriente. Con el rabillo del ojo observó como una mujer le clavaba la mirada desde el otro extremo del parque.
-A veces te sientes tan solo que te gustaría hacerte amigo hasta de las piedras. Pero éstas no pueden conversar. Tampoco las palomas. Pero hacen mucha más compañía –cogió un puñado de migas de la bolsa y se lo tendió al niño-. ¿Quieres probar?
El pequeño cogió las migas y fue echándolas poco a poco a sus pies. Instantes después desaparecían bajo el pico de las aves.
-Pues no creo que pudiera hacerme amigo de las palomas.
-Eres demasiado pequeño para comprenderlo. A veces la vida se gira y todos aquellos que creías amigos te abandonan a tu suerte. Tu escasa familia se olvida de que existes. Apenas te queda dinero para pasar el día… Estás sola. Y no tienes a nadie.
El silencio se adueñó de la conversación. Tras unos minutos, y muchas migas de pan, la mujer del otro extremo del parque llamó al niño.
-Parece que te tienes que ir –dijo la anciana-. ¿Vas con tu madre a pasar la tarde?
-No –respondió el pequeño-. Mi mamá trabaja y tengo que esperar en casa hasta que venga mi papá. No me dejan entrar a nadie en casa cuando no están así que estoy solo toda la tarde –bajó del banco y se giró hacia la anciana-. ¿Puedo llevarme unas cuantas migas de pan? Desde mi ventana puedo ver a las palomas.
-Toma –la mujer le alcanzó la bolsa entera-. Creo que te van a hacer más falta que a mí.

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Comentarios

3 comentarios

Estilografic.blog

Tienes mucha razón: a veces la soledad de los niños es incluso peor que la de los ancianos.

Iván

Y encima no tienen la culpa de su soledad. Que es lo más grave.

Lucía

Pobrecillos los niños que crecen así …


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