Empareja2 (18) – Recuperando la amistad (parte 1).
«Es aquí» Sergio comprobó que estaba ante la dirección que tenía apuntada en el papel y, tras una breve inspección, apretó el correspondiente botón en el telefonillo. A los pocos segundos una voz masculina, que se le hizo familiar, atronó a través del altavoz.
-¿Sí? -preguntó la voz con desconfianza-.
-¿Armando? Soy Sergio.
-¡Ah! -acto seguido un zumbido saltó de la cerradura-. Sube.
El recibidor del edificio era angosto y oscuro, con enormes manchas de humedad en la pared que denotaban su falta de mantenimiento. Una escalera se retorcía en el fondo alrededor de una columna de aire que ascendía verticalmente hasta el terrado de la octava planta ocupando el hueco en el que, en teoría, podría haber cabido un ascensor. «Típico piso de Bellvitge», pensó Sergio cruzando el recibidor. Hinchó los pulmones con el aire húmedo que exhalaban las paredes, posó la mano sobre la baranda de hierro repintada e inició la ascensión. «Ánimo. Sólo son seis pisos. Con entresuelo, claro». En el segundo comenzó a sudar. En el tercero su corazón aceleró hasta coger la velocidad del de un corredor de marcha. En el cuarto juró que jamás volvería a subir una escalera. Y por fin, cuando llegó al quinto piso, respiró profundamente mientras relajaba los brazos, cansados tras haber asumido el esfuerzo de los últimos escalones.
-Tienes mala cara -comentó Armando bajo el dintel de la puerta derecha. Una suave brisa se filtraba desde el interior del piso-. Recuérdame que no me case nunca.
-Esta cara no es de casarme -dijo Sergio recuperando la respiración-. Es de subir hasta tu casa. ¿No podrías haber cogido una casa sin ascensor?
-Si te parece alquilo una mansión. Apenas me da para pagar este tugurio -Armando le tendió la mano a Sergio y este se la estrechó con fuerza-. Cuanto tiempo. ¿Cinco años?
-Más o menos -Sergio soltó la mano haciendo ademán de introducirse en el piso-. ¿No me invitas a pasar?
-Claro.
Visto desde dentro quedaba claro que era un tugurio. Tendría unos cuarenta metros cuadrados y tan mal distribuidos que apenas cabían media docena de muebles del Ikea. Incluyendo la cama, que presidía un hipotético dormitorio compartido a partes iguales por el comedor y la cocina. Por fortuna el lavabo quedaba fuera de la principal estancia y, junto con un pequeño pasillo que hacía también de recibidor y una terraza en el extremo opuesto a la puerta de entrada, formaba parte del resto de piso que no era dormitorio polivalente.
-Veo que te gusta -sonrió Armando ante el análisis visual al que sometía su amigo a la morada-. Si quieres puedo hacerte un hueco en la cama. Así me ayudas a pagar el alquiler…
-Tranquilo -respondió Sergio palmoteándole la espalda-. Ya tengo a una mujer que mantener.
-¿Y cómo es que has decidido casarte? -preguntó Armando sentándose sobre la cama. Su amigo le imitó, apalancándose a un lado-. Jamás hubiera imaginado que habría alguien capaz de domar al irresistible Sergio. Y menos Marta. Cuando la conocí parecía una chica la mar de dócil.
-Y lo es. Pero me apetecía darle ese capricho.
-¿Quería casarse?
-¿Y que mujer no quiere hacerlo?
-Se me ocurre alguna -respondió Armando abatido-.
-¿Te ha pasado algo? -preguntó Sergio preocupado-. De repente dejamos de llamarnos y no sé nada más de ti desde aquella última vez.
-La verdad es que no me ha pasado gran cosa -Armando se levantó de la cama y fue hasta el frigorífico, a apenas dos metros de donde se encontraba-. ¿Una cerveza? -Sergio asintió. Poco después los dos amigos compartían asiento con sendas bebidas en la mano-. Me lié con una chica. Ágata se llamaba. Parecía que la cosa iba en serio…
-No la conozco. Creo.
-No. Éramos compañeros de trabajo. El caso es que nos veíamos a diario, nos gustábamos, empezamos a vivir juntos, y cuando le propuse matrimonio…
-Te dijo que no -dijo Sergio adelantándose al final de la historia-.
-Dijo que no, sí. Me echó de casa, me quedé sin amigos, habló con mi jefe y me despidieron del trabajo…
-¡Joder! Desde luego se vengó a gusto.
-Seguramente me lo merecía -Armando dio un largo trago a su cerveza-. Supongo que no me porté demasiado bien con ella.
-El mismo Armando de siempre -comentó Sergio pasándole el brazo por la espalda-. Tan conformista y depresivo… No has cambiado nada.
«Ha cambiado bastante», negó Sergio entre pensamientos mientras le miraba fijamente a la cara. Su larga melena oscura se había convertido en un corte de pelo a tijera con amplias entradas en ambos costados de la frente. Sus ojos, verdes y expresivos continuaban teniendo la misma viveza que antaño pero unas abultadas ojeras denotaban que la vida no le albergaba demasiadas esperanzas. Y lo que parecía fuera de lugar era la barba: descuidada y sin afeitar, impropia del Armando eternamente aseado. «¿Por qué habré descuidado su amistad dejando que se maltrate de esta manera?». A partir de ese momento Sergio se juró devolverle la alegría al mejor amigo que nunca había tenido.
Comentarios
3 comentarios
Pobre hombre,este no va a ver más a su amigo a casa se queda en el bar tomando unas tapitas,jaja
Isa
Es que hay cada piso por Hospitalet… Que se te quitan las ganas de ir a ver a las amistades.
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